No sabía
en realidad qué estaba haciendo. Pero su cuerpo se movía solo.
Sus piernas habían
reaccionado a ese leve estímulo que había sido su mirada, persiguiendo su
sonrisa. Reconocía la zona por la que andaba, aunque apenas la veía de refilón.
Era una concurrida zona de ocio, donde las tiendas, cafés y salas de concierto
se agolpaban una tras otra y, a pesar de la espesa lluvia, mucha gente paseaba
por sus calles, esperando encontrar entretenimiento.
Sin embargo ella solo perseguía una cosa,
aquella figura de pelo platinado que caminaba rápidamente, como escapando de
ella, pero lo suficientemente lento como para que pudiese seguirle.
Una pequeña
voz en su interior, su conciencia, resonaba en algún rincón, tratando de
persuadirla, de que parara y pensara, que aquello no era demasiado normal.
Pero esa voz era sofocada por los intensos
latidos de su corazón y el nerviosismo que recorría su cuerpo, preguntándose
una y otra vez quién sería aquel misterioso chico.
Solo
podía ver su ancha espalda enfundada en
una chaqueta negra de cuero, sus largas piernas cubiertas por unos
pantalones rotos y deshilachados y sus pesadas botas.
Pero lo que más llamaba la atención era su
pelo.
Era
largo, muy largo para ser el pelo de un chico, llegándole por debajo de los
hombros y de un color plata brillante, limpio, casi podría decirse que perlado,
que refulgía de vez en cuando bajo los potentes neones, como un espejo, como
una estrella…y era aquello lo que guiaba sus pasos.
Por un
momento, creyó perderle al cruzarse en su camino un grupo de colegialas en
uniforme que gritaban histéricamente mientras corrían hacia algún lugar en
particular, lo que hizo que se parara en medio de la avenida, mirando de un
lado a otro para encontrarle.
Y allí estaba, apoyado de espaldas de forma
relajada en la esquina de una bocacalle, con los brazos cruzados, mirándola con
aquella ladeada sonrisa en el rostro, como divirtiéndose por la situación,
esperando que siguiera aquel juego en el que él era el ratón y ella el gato.
O
quizás fuese totalmente al revés, pues ella se sentía atrapada como en una ratonera,
sonde su única salida era seguir su estela platinada. Cruzaron de nuevo sus
miradas y ella pudo observarle mejor. Era hermoso, demasiado hermoso, de rostro
fino y rasgos delicados, enmarcados por aquella melena pétrea que le daba un
aspecto etéreo e irreal.
Comenzaba
a preguntarse si en realidad no estaría siendo víctima de un delirio de su
turbada mente.
Pero el chico se limitó a guiñarle un ojo, de
forma pícara, invitándola a seguirle mientras se daba la vuelta para internarse
en la oscura calle que partía de la iluminada avenida, en dirección a algún
lugar.
No
necesitó más.
Se
encaminó hacia allí, pero sorprendentemente, no había más que una gran puerta y
un letrero luminoso con el nombre del lugar…
Era una
sala de conciertos.
Miró a
su alrededor, pero el chico parecía haberse esfumado.
Pero
solo podía estar en un sitio, así que con paso decidido, se internó en la sala.
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