Te amo.
Dos
palabras tan vanas, tan simples y a la vez tan difíciles.
Difíciles
de decir, difíciles de escuchar, difíciles de aprender, difíciles de asimilar.
Poderosas
si se dicen de verdad,
Peligrosas
si se juega con su significado,
Y duras
si se dicen en el momento equivocado.
Son
palabras que no se deben forzar, que deben brotar sin más, de lo más profundo
del corazón, como si este fuera un reino invernal en el que esas palabras
fueran la primavera, con las cuales las semillas del amor florecieran, hermosas,
puras y delicadas cual flores de cerezo.
El
amor, ese gran aliado y a la vez ese temible enemigo, pues quién puede presumir
de haber ganado siempre en su juego.
Ese
juego con reglas propias, ese juego en el que cada partida puede implicar la
gloria o la muerte, como la más temible ruleta rusa, donde las balas parecen
caricias y las palabras son el arma más peligrosa, cómplices de los actos que
el corazón dicta, enajenado por sentimientos encontrados, traicioneros e
incluso malvados.
Puede
ser amor fraternal, puede ser amistad, puede ser cualquier expresión de amor, y
sin embargo todas y cada una de ellas, guardan en su interior una red de
trampas y mentiras, una red pegajosa y a la vez espinosa, que se clava bajo la
piel y cuyas heridas supuran de la forma más dolorosa, algunas sin llegar a
cicatrizar nunca, dejando en nuestro corazón una colección de marcas a lo largo
de nuestra vida, que dependiendo de la persona, es más larga o más profunda. Lo
que si que es cierto es que todos tenemos una en especial, ese gran corte que
llega a partirnos el corazón por la mitad, que a pesar de recomponernos y
tratar de seguir, está presente en innumerables pensamientos.
Sí, el
amor, a pesar de no quererlo debemos vivir con él, a pesar de idolatrarlo, nos
puede llegar a odiar y despreciar. El amor no tiene escrúpulos, no tiene
conciencia ni razón. El amor es simplemente eso…amor.
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